"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

VI - "Tres razones de ser quien se es" (Día 6 en París)

Nunca nadie se atrevió a decirme nada, al menos no de forma sincera, y por eso aprendí a descifrar las miradas, ésas que hablan tanto a la vez que tan poco, que intentan hurgar en mis pensamientos buscando respuestas para sus preguntas, y hoy puedo ver las palabras salir de esos ojos, tan nítidas a la par que confusas, que hacen que no me atreva a decirle nada a nadie.

Nunca nadie me dio la opción de brillar, de expandirme como se expande la luz del sol al vencer a las nubes. Hacia fuera, para que otros lo vean, y nunca nadie me vio si no buscó bien entre el polvo y la hojarasca, entre la arena, las rocas, y el barro en el que estoy enterrado. Por ello no tuve otra opción que la de expandirme hacia dentro, crearme a mi mismo a espaldas del resto. Y sólamente yo construí ésta ciudad que es mi alma, y de vez en cuando una personita la encuentra, se pasea por ella y se pierde en sus callejones, y como la vida nos obliga a cambiar de aires, se va, con ése regustillo, con ése aroma a amplias calles vacías, a plazas de mármol, a estatuas de plata, a hogares silenciosos...

Y a veces vuelven, y otras quieren y no. En ocasiones alguien recuerda la ciudad y me recuerda, e intenta reencontrarla, pero se da cuenta en ése preciso instante de que ya nunca volverá, porque ya no está donde estaba, y mi ciudad está ahora tan lejos... Pero también hay personas que se van de allí, y un buen día caen en la cuenta de que me echan de menos, de que quieren volver, y sólo si de verdad quieren, hallarán la ciudad donde quiera que esté.

Nunca nadie me mostró patrón ni ideal alguno de belleza o bondad. Crecí valorando por mí mismo todo lo que se mostraba ante mí, sin saber jamás qué estaba bien, qué estaba mal, y fue mi propia experiencia la que me concienció de ello, de éste modo, todo lo que me hacía mal era malo, tanto para mí como para el resto.

Crecí sin que nadie dijese las palabras "bonito" o "feo" en mi presencia, lo que me obligó a ser yo quien las dijese por ellos, y fue así como vi belleza donde otros no vieron nada, y vi nada donde muchos otros se reunían, peleaban, discutían y hablaban, sobre ésas cosas que para ellos eran bonitas, y por tanto, buenas.

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