"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

Principio del fin

Tumbado en su cama mirando al techo, el muchacho pudo ver la esquina de un folio asomando por el borde de la estantería que estaba sobre él. Los diarios. Esos diarios que escribió con ella, como si de un juego se tratase. Aún le impresionaba el hecho de que algo tan simple les uniese, algo tan pequeño, tan particular, tan suyo y tan difícil de encontrar a propósito, que seguro sería imposible que esa magia volviese a resucitar jamás, en otro momento...

Entonces se permitió imaginar, y se vio a si mismo en un futuro no tan lejano como quería creer, tomando esos folios entre sus manos, blandos y empapados de tanto llorar sobre ellos, con las letras ya borrosas, ilegibles, y tristes, sollozando sin consuelo mientras recordaba tantos momentos, tanta felicidad desvanecida, tanto amor, tanto la quería.

Se vio a si mismo sin ella, días después de haberla perdido irremediablemente, porque ese día llegaría tarde o temprano, lo sabía, y era inevitable. Lloraba iluminado por la luz de un flexo, perdido en la oscuridad de la fría soledad de su habitación. En su imaginación releía esos textos escritos por la misma persona por la que sufría, y se culpaba de no haber podido alargar ese escaso tiempo que les fue concedido, de no haberlo valorado tanto en su momento, de no haberlo disfrutado, de haberse involucrado tanto, de haber dicho tantos tequieros que ahora le dolían como puñales clavándose en su pecho, se culpaba de no haberse despedido bien, o quizás simplemente de haberse despedido, se sentía el culpable, el único culpable de que algo tan bello terminase.

Cada lágrima era un recuerdo. Ésa era el día que se conocieron, ésa otra era Naab, ésa otra fue la vez que dijimos lo mismo al mismo tiempo, y ésa otra también, ésa de ahi fue la vez que se pelearon con las manos manchadas de chocolate, ésa que acaba de aplastarse contra el suelo fue aquel atardecer en París, y ésa que rodaba por la mejilla fue la vez que sufrieron juntos, recorriendo la ciudad en mitad de la noche, buscando una solución para aquel problema...

En su imaginación se bebía esa desolación y esa tristeza, porque él ya sabía que el fin llegaría, y aún así comenzó. En su imaginación gritaba por dentro, de impotencia, de desesperación, como aquella persona a la que sólo le quedan los fríos recuerdos de algo que fue tan cálido...

Tanto se amaban, tanto rieron, tanto lloraron, tanto vivieron, tanto ganaron, tanto perdieron, tanto aprendieron, tantos besos, tanta confianza, tanto se entregaron, que en ese futuro no tan lejano, en el que ella ya no estaba, todo dejó de importar, todo se volvía gris, todo era aburrido, imposible de llevar a cuestas, todo era estar de rodillas sobre piedras afiladas, ausente de un dolor físico que se ahogaba en un inmenso dolor interior, repitiendo una y otra vez: "Por mí ya pueden apagar el sol..."

Y en ése momento despertó del trance, y se encontró tumbado en su cama, como antes, contemplando el folio que asomaba. Se incorporó y lo cogió. Comenzó a leerlo y sonrió, no de alegría, porque era consciente de que el final aún no había llegado, el principio del fin también se puede disfrutar, ella seguía ahí, todavía había tiempo. No sonreía de alegría, pero se alegraba de sonreir...

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