"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

20 enero 2012

Preludio de un asesinato imaginario

Una noche más en el Café Neptuno. No los vio entrar en el bar, pero percibió su presencia desde la barra, ese olor penetrante y repugnante a fascismo mal disimulado en su tono de voz imperativo y cortante. Una voz digna de un general del ejército, palabras de histeria en rostro calmado. Iba acompañado por su rebaño particular: su sebosa mujer, fea y desfigurada a causa de de la ingente cantidad de cigarros que apagaba en sus pulmones día tras día desde hacía ya unos treinta y muchos años. La también gorda de su hija, que chillaba exigente y se reía con la dignidad de un asno, y su cuñada, uno de esos prototipos de buitre, delgada y arrugada, con un gesto adusto de superioridad, y profundamente amargada.

Y ahí estaban el enano de mierda con su triste bigote, la foca, la foca hija y la ceniza más seca en doscientos kilómetros a la redonda, exigiendo, que no pidiendo, la maldita carta de raciones en la cual pretendían hallar su cena. No tardó en llegar, todo sea por la satisfacción del cliente.

En seguida se abalanzaron todos sobre el librito, y en pocos segundos ya volvían a exigir "la-atención-que-se-merecen". Pidieron lo de siempre, panda de cabrones. Tras la barra se respiraban miradas tensas, bufidos, y resignación. Mucha resignación.

No se había posado siquiera el plato en la mesa, y ya estaba la gorda de la niña pinchando las patatas con el tenedor, lo cual estuvo a punto de desencadenar un gracioso y cálido accidente sobre ella. Más de uno lo deseó con fuerza, pero la suerte sonríe a los estúpidos, y nada ocurrió. Apenas llegaba un plato a la mesa, metían sus manos como cerdos en ellos, comiendo con el ansia de una bestia hambrienta, masticando incluso los huesos, haciendo un ruido repugnante parecido al que hace la mierda cuando se remueve. Comían con la boca abierta y hablaban con la boca llena. Reían y trocitos de carne salían despedidos en todas direcciones. La ñiña gritaba: ¡QUIERO MAYONESA! Y la gente hacia acopio de respeto para no escupirles a la cara.

Terminaron su sangriento ritual, y el padre del chico salió a saludarles y a preguntarles si la cena fue de su agrado, algo más bien protocolario, pues era absolutamente impensable que aquellas bestias tuviesen gusto alguno. Preguntó por el hijo, quien tiene la suerte de no ser un hediondo saco de vísceras como ellos, y pregunto si aún seguía saliendo con aquella chica. Un prepotente "Si" inundó la mente del joven, quien advirtió la mentira y sonrió hacia el suelo mientras fregaba un vaso, prefirió guardarse para sí esa satisfacción: La satisfacción de ver tras la máscara de ese proyecto de familia, y ver el montón de mierda que realmente son, ver a través de ese telón de acero que se empeñan poner ante sus vergüenzas, y saber que una simple palabra los haría sentirse profundamente humillados. La oportunidad le llega a los que saben esperar.

En la radio sonaba algo de los Willowz.