"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

26 diciembre 2013

Auto I

Nunca me sienta demasiado bien asomarme al ghetto de almas en el que me crié, quizá por ser un pequeño universo a parte cuyo lenguaje y costumbres jamás entendí, o quizá tenga que ver mucho todo aquel injusto acoso de instituto. Sin entrar en detalles, podríamos decir que éste lugar se ganó a pulso el título de mi pequeño jardín de las pesadillas, y aunque con los años y la perspectiva uno ha aprendido a perder la mayor parte del miedo, ninguna herida (y menos su fue forjada desde la infancia) se cierra del todo, e inconscientemente, con cada intromisión en estas tierras mi mente construye toda una fortaleza y si viste con la más fuerte de las armaduras, preparándose para recibir toda esa andanada de hostilidad. Es posible que mi cerebro haya levantado un esquivo muro de distancia entre ésa gente y yo, bloqueando mi voz y movimientos, minando mi coraje, todo por un miedo infantil a los monstruos —ésta vez reales— que acechan en las calles de esta recóndita población, y por eso, acarreando todas esas inseguridades, mis movimientos se tornan torpes, mis palabras débiles, mis pensamientos y mis reflejos lentos, nada más pisar estos suelos.

En lo que no puedo evitar pensar es en la irónica gracia que tiene el hecho de que sean éstos mismos defectos psicosomáticos los que provocan tales reacciones en los individuos a los que aquí enfrento. Es bien sabido que en los pequeños núcleos de población los círculos sociales tienden a ser de un carácter más territorial, hostil, intransigente y obtuso, y de forma instintiva —como si de memoria genética se tratase— atacan sin piedad a aquellos individuos más débiles, tomándolo como objeto de burla y saco de arena, quizá para reafirmar una supuesta posición dominante, o quizá por bruta ignorancia animal. Es por esto que, posiblemente, esa forma psicológica de defensa que mi mente se ha esforzado tanto en desarrollar sea precisamente lo que me convierta en un cebo para toda esa agresividad, creando así un bucle de acoso e introversión consecuente que genera más acoso, un círculo vicioso que únicamente podría romperse en el momento que me librase de las pesadas cadenas del pasado, y demostrase públicamente el ingenio y la desenvoltura que en verdad poseo.

De todos modos, hablando de esto último, he de decir que todo el ying que significaron mi infancia y pre-adolescencia, toda aquella destrucción del ego y aniquilación de la autoestima fue lo que impulsó mi necesidad de huida, lo que alentó mi éxodo, siendo así este pequeño infierno el precursor a la par que artífice de todo el yang posterior, el cual me ofreció la posibilidad de empezar, literalmente, una nueva vida libre de prejuicios y llena de oportunidades, otorgándome así los mejores años de mi vida en algún tipo de compensación kármica. Por todo esto no guardo en absoluto rencor a aquellos que pretendieron martirizarme, y sepan que, a pesar de que aún puedo percibir la sorna en los comentarios, las miradas indiscretas, la tenue agresividad y la irónica condescendencia, jamás tendré para ellos otra cosa que no sea una sonrisa.