"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

29 julio 2018

Metáfora en miniatura

Hay cosas que no se piensan cuando estás a punto de lanzarte al vacío de la soledad,
por ejemplo,
que abajo está el asfalto.

Esperas con ansias que tras el duro trayecto hacia la cara más oscura de la libertad
te esperen las maravillas a las que creías haber renunciado,
pero lo que no piensas, es en cuánto de ti va a quedarse arriba, en ese globo aerostático,
claustrofóbico, angosto, hecho a la medida de tu piel,
y siempre es más de lo que esperabas.

Es ahora, en caída libre, cegado por una ambición irreal, 
y con el ruido ensordecedor del viento apremiante,
cuando uno se lleva la mano al pecho buscando desplegar su paracaídas,
y entiende que no lo lleva puesto.

18 junio 2018

Lava Lamp & Music 12 (Hopeless)

Antes de que caer en la rutina de olvido que tan bien nos conoce
deja que te tienda el otro cabo para que estar lejos nunca sea un error
porque puedo errar, pero nunca diré nada que no sienta,
puedo jugar a retorcer la verdad, a pescarte sonrisas con el ingenio que no tengo,
puedo incluso hacerte daño aunque no quiera,
es una de las cosas que tardé quizá demasiado en aprender,
cuando el amor se hizo polvo y el silencio sonó tras la última risa.

Podría hacer una larga lista de deseos frustrados que he dejado de pedir,
de miedos estúpidos que jamás lograré superar,
pero prefiero simplemente dejar las huellas en el camino,
como pruebas inconclusas de que estuve,
de que también llevé con orgullo arañazos y cardenales,
de que con lágrimas y sudor alimenté la tierra,
de que alcé mi mano a las estrellas, y amé,
y fui rey en un cenicero, y esclavo entre unas piernas,
aunque a veces la existencia sepa a destierro y a huida,
y las hojas cubran mis pasos, volviéndome casi transparente,
como un recuerdo proyectado en unos ojos dormidos.

Sentirse vivo, sentirse morir,
seductor baile en un tiempo que no pedí,
a poner las manos delante aprendes después,
así como a abrir los ojos en las escenas fuertes,
los abrazos inocentes y el posterior pecado de echar de menos,
la lucha diaria por sentirte digno de algo mejor,
esperando acaso merecerlo,
los kilómetros de sonrisas a tu espalda,
la espalda que nunca recorrerás con tus dedos,
los dedos que te acariciaron, resolviendo ecuaciones en tu cuerpo.

Y aquí estoy de nuevo, como otro dijo,
poniéndome mi desnudez de abrigo,
con una mochila que no esconde sus tropiezos,
y la lengua hecha un nudo de clichés,
sonriendo en señal de protesta
a un mundo que parece doblarse sólo a la altura de algunas caderas,
gritando palabras que aspiran a convertirse en vino,
para quizá algún día poder bajar por su garganta,
y con suerte tocarle el corazón.


14 febrero 2018

Casi veintiséis

Casi veintiséis y me pudro en vejeces. Froto mis pies enfundados en calcetines al son de un gesto de dudas, casi las tres y la cara aún más larga que cuando me levanté. Empiezo a sobrepasar en edad a mis ídolos, y me duele perder el tiempo en completar los rotos de otros. No es tan fácil decir que no a una sonrisa, quizá me alimenta demasiado su felicidad, quizá mi droga es su aceptación. Quiero salir, quiero irme. Cuanto más nado en esta pecera más estrechas me parecen sus paredes, y termino por perderme más en mi conformidad que en sus distancias.

¿Que qué quiero? Quiero una bici, y una playa, y un fin de semana, quiero amigos, y la chica que me prometa el mundo y me sonría como si fuese la primera vez que se divirtiese, quiero una deliciosa parrilla a la sombra del mayor pino y sentirme pequeño a los pies de la menor montaña. Quiero mirarte y que no entiendas mi lengua, que me hables en un idioma que no es el mío, y que nos traduzca el universo, quiero sonreír a la luz de una hoguera y morirme de frío con calor en el pecho. La música.

La música siempre encuentra el camino hacia el lugar más hondo. Yo no sé si es la melodía o la letra, el cómo se conjugan un acorde con otro, si hay un mayor o un menor, una quinta o un sostenido, me importa poco si existe un tempo, una variación, si es industrial u orgánico, si se identifica en un genero más o menos moderno o si la percusión es más o menos profunda. Simplemente hay fragmentos de pocos segundos en pistas de audio perdidas a lo largo y ancho de todo el espectro audiovisual que consiguen hacer temblar mis más profundas inseguridades. Como si todo mi yo estuviese sostenido por las frágiles y débiles patas de un insecto, y éste respondiese al estímulo perfecto parándose y casi dejando caer todo el peso que lleva a su espalda. Me caigo ahí, desvalido, vendiendo mi alma a cambio de un poco de comprensión por parte de estos fantasmas que quieren asomarse a mis oídos y decirme "somos tú, pero desde otra persona".

Olvidadme. Me llevo buscando mucho tiempo y creedme que es imposible rastrear estas huellas. A lo mejor por eso quiero una bici y una playa, a lo mejor por eso me pierdo en la música. No sé quién soy ni cómo me llamo, y tras casi veintiséis, lo único que me ha dejado claro el camino, es que cada paso te lleva más lejos de aquél que quiera encontrarte.

14 enero 2018

Constantes vitales

Siempre la amarás, aunque digas "no, ella otra vez no", estará ahí, porque está hecha de tus sueños más profundos, los que no te atreves ni a contarte. Es lo que te faltarán vidas para encontrar y lo que te sobraron segundos para perder, es el eterno error y la pesadilla de tus deseos, creerás en vano odiarla y a pesar de ello su ausencia taladrará tu ánimo. Por eso te retuerces de dolor en la silla y te agarras la cabeza en gestos de berrinche infantil que solo tú puedes presenciar, por eso te embutes en esa armadura oxidada antes de salir a la calle, porque el amor existe solo para darse y ya has aprendido a olvidar cómo era recibirlo. Duele, lo sé, estoy contigo, en el mismo barco, pero desde aquí el atardecer es hermoso, y las olas salpican frescas como una resaca de besos, una pena que sólo sea un viaje de ida. 

Siempre la amarás, por muchas capas de piernas que quieras poner sobre sus gemidos. Lo harás porque tiene esos ojos, esas manos, esa forma de mirar al futuro, ese susurro tan sensual o esa facilidad para volar sobre tus obstáculos. Para ella siempre ha sido tan sencillo que entre todo ese amor siempre arderá una cerilla de envidia, envidia de sus ganas de reír y de comerse el mundo, la llama de la vida que siempre arderá en el centro del universo que puedes adivinar más allá de sus iris. Siempre tendrá esa cara, esa arruga, esa mancha en la piel. La amarás tanto y cada vez más a pesar de los años y la distancia, que el resto de las cosas parecerán huecas y vacías, por más que te jures que no. 

Siempre la amarás, y te asaltarán recuerdos aleatorios y perdidos en los momentos más irrelevantes. Te acordarás de su pasta de dientes cuando te comas ese aguacate, o olerás su perfume en el gel de baño de tu amigo, quizá entiendas su humor cuando te rías caminando por una calle concreta de París, y cuando lo hagas quizá llores, aunque sea un poquito. O quizá se te pongan los pelos de punta cuando reclines el asiento de un tren de la misma forma que ella lo hacía. Nunca sabrás en qué momento llegará para asaltar tus pensamientos, y conquistarte por enésima vez con esas pequeñeces que conoces tan bien.

Siempre la amarás, aunque elabores complicadas recetas de olvido, como adoptar nuevas filosofías o valores morales, por más que comas sin dientes y folles sin ganas. Al final del día, tu castigo será recorrer en sueños que no recordarás, las curvas de una piel que casi olvidaste.