"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

26 abril 2013

Página nº 2 del cuaderno de Pablo

Caminar al son de las eses por una casa que parece no ser ya la mía. Se adhirió su olor a la noche, y quizá bebí un poco pero tras todas las veladuras aún se puede acariciar su rostro. Hay pocas cosas tan reales como sentir cómo uno se pudre por dentro, cómo hace mella cada sorbo y calada, cómo se elige destruir lo que parecía eterno, y quizá podría serlo de no ser por toda esa cantidad de muerte por centímetro cúbico que ingerimos e irónicamente nos mantiene vivos. 

Sé que te acabaré matando en pequeñas dosis. Acaba conmigo.

"Ya habrá tiempo de añorar el presente" me digo, quizá esté condenado a vivir el ahora mañana, pero quiza lo que cuenta es vivirlo aunque tú lo hayas hecho ayer, no queda nada. Nada. 

Una vez temí haber llegado al fondo del vaso.

El cenicero se encontraba en lugar incorrecto, lo cual obligaba a mi mano a moverse de forma ortopédica a cada cierto tiempo. En cambio, el flexo se encontraba en su pedestal de madera, su lugar predilecto, mi mesita. Es curioso cuánto se llega a repetir ésta escena en distintos lugares del universo, cada vez a su tiempo...

13 abril 2013

Geografías

Decadentia era una ciudad preciosa cuando mi barco arrivó a puerto, y desplomé el equipaje sobre la tarima de mi piso, primer piso. Ya había gente suicidándose en y por ella, mucho antes de que éstos pies plantasen su huella en la ceniza de otras pasiones, pero aún así, conseguí arrebatarle palabras al silencio, y me enamoré, por qué no, algunas veces. Otras, sólo encerré al demonio que en verdad soy, entre cuatro paredes de angustia, dejándole gritar y fumar, morir bebiendo. 

Pero ésta ciudad nunca tendrá suficiente. Al mirar por la ventana, pronto pude ver a los grises caminando, a aquellos que apenas existían mordiéndose los labios, como si no hubiese mayor problema que el placer, ni mejor tortura que el pasado. Allí estaban, arrastrando sus sogas, como si nadie pudiese verlas. Los habitantes de Decadentia, como en seguida pude comprobar, son básicamente viejos por dentro. Recuerdo que empecé a recorrerla desde fuera hacia adentro (no queda otra, en verdad), y me embriagué por vez primera en un café de la periferia, el café Neptuno, un lugar como otro cualquiera, pero a pesar de ello, un lugar especial, pues se podía casi palpar la experiencia, acariciar las telarañas de la tristeza de otros. Recuerdo había un borracho intentando ligar con la camarera utilizando poesías baratas sacadas de la manga de algún que otro poetastro muerto, y a un señor ausente montando un rojo cadillac justo antes de irme a casa... En definitiva, a lo que quiero llegar es a que Decadentia es así, la gran, GRAN ciudad, capital de las capitales, y como tal también capital de la nostalgia y de la mierda.

Dicen que muy al oeste, la ciudad llega hasta el mar, y dicen incluso que se lo come, como si hubiese brotado de ahí. Como una especie nueva que cambia de medio y evoluciona. La verdad es que llevo viajando cinco años ya hacia el oeste, y aún no veo decrecer los rascacielos, ni desaparecer los abrigos.

No os voy a mentir: desde que llegué, cada vez valen menos las promesas, cada día hace más frío, y me apresura la necesidad de un mañana cuando apenas he sido capaz de disfrutar del ayer. Imagino que la piel adquiere el tono de la ceniza poco a poco, pero veo a jóvenes en busca de su corazón perdido, a vagabundos olvidando a sus familias, a asesinos, soñé con Anna, conocí a Irene, y Pablo me dio la espalda. Es una ciudad de locos, es cierto, y más cierto es que todos acabamos viviendo en ella, siendo presas de su anarquia. A algunos les atrapa el monstruo de la plaza y a otros les cae una tostada en la cabeza. Otros vacían alcohol en su interior, y algunos se asoman a los balcones aún, buscando respuestas.

Como destino turístico es el número uno, y no por sus monumentos ni por su cultura, sino por esa innata necesidad de volver a los orígenes. Aquí en verdad uno se siente en casa, a pesar de la muerte y su acechante mirada, a pesar incluso de la infelicidad, del cielo gris y la carencia de un horizonte. Todos acabamos aquí, llegado el momento, asumiendo el limbo de vivir, o de morir poco a poco, dependiendo del caso.

Me llamo Jeroen y éste es mi día 1593, en la ciudad, la metrópolis, Decadentia. intentaré seguir escribiendoos.

02 abril 2013

Desposesiones

Tengo en mi mano aún la huella de su tacto,
un surco en el corazón marcando el camino por donde ella pasó,
en el oído el eco de un susurro de noche,
en la boca retazos fugaces de su sabor,
un tirón en el pelo que sigue culpando a su almohada,
cuatro heridas en el brazo de aventuras sin su voz,
la mirada perdida entre las sombras del techo,
la mente vagando en algún punto de sus recuerdos,
los pies fríos,
las tristezas bajo llave,
las alegrías pixeladas,
y la sonrisa preparada para sacar a relucir su orgullo,
el día que la distancia se muera en el pasado,
y podamos caminar de la mano,
hacia esa incertidumbre que nos gusta tanto...

Duermo poco y mal, sinceramente, cuando no me arropa con su aliento,
sueño muchisimo, en muy poco tiempo,
sueño con flechas, con puertas, direcciones, con ella,
y me despierto siempre en el ultimo instante, justo antes de tenerla,
la pierdo mil veces por noche,
y por el día solo consigo un débil rastro de su presencia,
el cual me vacía, a la par que me llena,
me ahoga, me frustra,
me revive,
me anima...