"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

13 abril 2013

Geografías

Decadentia era una ciudad preciosa cuando mi barco arrivó a puerto, y desplomé el equipaje sobre la tarima de mi piso, primer piso. Ya había gente suicidándose en y por ella, mucho antes de que éstos pies plantasen su huella en la ceniza de otras pasiones, pero aún así, conseguí arrebatarle palabras al silencio, y me enamoré, por qué no, algunas veces. Otras, sólo encerré al demonio que en verdad soy, entre cuatro paredes de angustia, dejándole gritar y fumar, morir bebiendo. 

Pero ésta ciudad nunca tendrá suficiente. Al mirar por la ventana, pronto pude ver a los grises caminando, a aquellos que apenas existían mordiéndose los labios, como si no hubiese mayor problema que el placer, ni mejor tortura que el pasado. Allí estaban, arrastrando sus sogas, como si nadie pudiese verlas. Los habitantes de Decadentia, como en seguida pude comprobar, son básicamente viejos por dentro. Recuerdo que empecé a recorrerla desde fuera hacia adentro (no queda otra, en verdad), y me embriagué por vez primera en un café de la periferia, el café Neptuno, un lugar como otro cualquiera, pero a pesar de ello, un lugar especial, pues se podía casi palpar la experiencia, acariciar las telarañas de la tristeza de otros. Recuerdo había un borracho intentando ligar con la camarera utilizando poesías baratas sacadas de la manga de algún que otro poetastro muerto, y a un señor ausente montando un rojo cadillac justo antes de irme a casa... En definitiva, a lo que quiero llegar es a que Decadentia es así, la gran, GRAN ciudad, capital de las capitales, y como tal también capital de la nostalgia y de la mierda.

Dicen que muy al oeste, la ciudad llega hasta el mar, y dicen incluso que se lo come, como si hubiese brotado de ahí. Como una especie nueva que cambia de medio y evoluciona. La verdad es que llevo viajando cinco años ya hacia el oeste, y aún no veo decrecer los rascacielos, ni desaparecer los abrigos.

No os voy a mentir: desde que llegué, cada vez valen menos las promesas, cada día hace más frío, y me apresura la necesidad de un mañana cuando apenas he sido capaz de disfrutar del ayer. Imagino que la piel adquiere el tono de la ceniza poco a poco, pero veo a jóvenes en busca de su corazón perdido, a vagabundos olvidando a sus familias, a asesinos, soñé con Anna, conocí a Irene, y Pablo me dio la espalda. Es una ciudad de locos, es cierto, y más cierto es que todos acabamos viviendo en ella, siendo presas de su anarquia. A algunos les atrapa el monstruo de la plaza y a otros les cae una tostada en la cabeza. Otros vacían alcohol en su interior, y algunos se asoman a los balcones aún, buscando respuestas.

Como destino turístico es el número uno, y no por sus monumentos ni por su cultura, sino por esa innata necesidad de volver a los orígenes. Aquí en verdad uno se siente en casa, a pesar de la muerte y su acechante mirada, a pesar incluso de la infelicidad, del cielo gris y la carencia de un horizonte. Todos acabamos aquí, llegado el momento, asumiendo el limbo de vivir, o de morir poco a poco, dependiendo del caso.

Me llamo Jeroen y éste es mi día 1593, en la ciudad, la metrópolis, Decadentia. intentaré seguir escribiendoos.

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