Busco una palabra para definir mi estado, mas cuando creo hallarla me parece escasa, inexplicativa, no refleja con exactitud el sentimiento, lo roza, sí, y a veces lo palpa incluso. Pero aún no he conseguido notar el cómodo abrazo de la palabra dicha en el momento justo, el calor y la satisfacción de una definición correcta.
Tan sólo he logrado llegar a la confusión de una media sonrisa, de una media frase, de una conversación inconclusa por el miedo, y escribo ésto en un viejo tren de cercanías parisino, bajo una luz amarillenta, envuelto en sonidos de niños que gritan y madres frustradas, y el túnel se acaba, y se acabó, y el atardecer inunda todo el vagón, sin respeto alguno, precioso, como cada día.
Ahora recuerdos se me aparecen, y la veo a ella mientras ella junto a mí ve la película que horas atrás decidimos ver juntos, y ella, tan inocente, cree que observo la escena que muestra la pantalla de ésa computadora, pero se equivoca, y en realidad no sabe que no es la película lo que miro, sino su rostro reflejado en el cristal. No lo sabe, y la observo parpadear con esos ojos que dirigen su mirada a un punto lejano, mientras que la mía rebota y se encuentra con la suya, y sin que ella lo sepa, nos estamos mirando. Recuerdo que me sentí, por un momento, invisible.
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"Pero no soy la primera ni seré la última víctima invisible, aquel que siembra miradas y misivas cifradas y no cosecha una respuesta ecuánime, aquél que deambula como enfermo por los pasillos de las facultades cuando la clase ha dado comienzo y todo se vacía en un abrir y cerrar de ojos, y piensas por unos segundos que eres el ser último de este mundo y que ya es irremediable, ya nada puede hacerse: Estoy sólo."
~Alberto Sal Agüero
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