"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

03 mayo 2010

Boceto para un gracioso desengaño: Café y lágrimas

Un joven universitario entra en una cafetería a cosa de las 10:45, para tomarse su café con leche y su bollo de crema antes de empezar la clase. Normalmente él entra, desayuna, reflexiona sobre trivialidades, como la cantidad de azúcar perfecta para un café, la composición del bollo de crema, la billetera que le asoma a aquel anciano, la lágrima de aquella mujer que cae dentro de la taza que sujeta con una mano temblorosa, el gesto de amargura del camarero, la luz que se cuela por la ventana y que le da en toda la cara. Luego paga la cuenta y se va.

A veces no piensa en nada, por falta de tiempo, y se va corriendo sin terminarse el café, o el bollo, o las dos cosas, e incluso a veces no va a la cafetería, para decepción de esa chica que se sienta al fondo y que no hace más que observarle TODOS los días. Claro que ésto él aún no lo sabe.

Hoy no es uno de esos días. Hoy es el día en el que al joven le han quitado el sitio en el que siempre se sienta, y ha de buscar otro rápidamente, pues hoy no tiene mucho tiempo. Hoy es el día en el que el joven encuentra un sitio libre, casualmente cerca del sitio en el que se encuentra esa muchacha, en la que él aún no ha reparado.

Pide su café con bollo de crema sin más dilación, lo coge, y regresa al sitio. Está a punto de echar mano a la taza cuando un trozo doblado de papel aterriza en su interior, salpicando la camisa del joven, que a su vez salpica con improperios y obscenidades a los que se sientan cerca de él. Se gira hacia donde estima que se encuentra el lugar de procedencia del proyectil, y se encuentra a la chica, con expresión de sorpresa y las manos cubriéndole una boca seguramente abierta. Le dirige una mirada cargada de una mezcla explosiva entre odio y confusión, paga la cuenta, y abandona el local lo más rápido posible para cambiarse de ropa antes de ir a la facultad.

La chica sigue sorprendida, y apenada, ahora sólo con una mano cubriendo su boca aún abierta. Unos minutos antes ella estaba sacando una libreta de su bolso, y escribiendo una breve confesión, seguida de un número de teléfono, su número, y un nombre, su nombre. Poco después estaba doblando cuidadosamente esa hoja arrancada de la libreta, y lanzándola tímidamente hacia la mesa del joven. Malditas sean las casualidades que hicieron que ese papel fuese motivo del rechazo de él.

Ahora el papel se encuentra dentro de la taza, impregnándose poco a poco del café de él, y de las lágrimas de ella.

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