"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

Diario nocturno de un espejo torcido (¿Nochario?)

Pues aquí me tienes, sentado sobre mi cama, con el ordenador en mi regazo, luces apagadas. El cuarto está iluminado únicamente por dos velas a las que no le quedan apenas tres días de vida (Me hace inusual gracia el paralelismo entre el objeto iluminante y mi situación actual, dígase de otro modo: "A dos velas"), una lámpara de lava que iluminar lo que se dice iluminar no ilumina nada, y la propia pantalla del portátil, sobre la que la única queja que tengo es que terminará por dejarme ciego del todo.

Pero los aspectos visuales, los detalles que se perciben a través de la vista no han sido descritos del todo. También cabe decir que algo sí puedo ver en esta, por llamarlo de algún modo, oscuridad. Veo los pilotos rojo y verde de mi televisión y mi consola, respectivamente, allá al fondo del cuarto. Se ven tan lejanos desde aquí. Puedo ver con nitidez algunos objetos, todos iluminados levemente por la luz cálida y dorada que emana mi rincón, como mi cuaderno negro, del que cada día estoy más seguro que se está convirtiendo en un instrumento de auto-tortura. He intentado volver a leerlo, pero a partir de una página en concreto, cada palabra me tiñe el corazón de un color oscuro, azulado, que suelo asociar con la tristeza. Veo una guitarra guardada en su funda, pero al igual que el cuaderno, sólo me llena de recuerdos fríos y afilados. Veo mi mesita, llena de objetos completamente inútiles, y todos los días me juro y me perjuro que la limpiaré y ordenaré, y nunca lo hago. Botellas, vasos, paquetes de tabaco, monedas, un muelle, trozos de papel, un coletero, una chapa de acero grabada, el móvil, el pincho... Todos ellos bailando embriagados al son del borboteo de mi lámpara de lava, que corona el centro de la mesita, la cual cada vez que la miro me recuerda al día que la compré, a aquel día en el que. . . La última cosa que veo es el espejo, allí abandonado, allí solo, clavado a la pared, y torcido. Siempre torcido, burlesco, como si se riese de mí, de mi imagen, de todo lo que consigue reflejar. Bastardo. Me dejaré embriagar esta vez por los sonidos, pero éso será meterme con los detalles acústicos de la situación, los que se perciben con el oído.

Dichos detalles no son muchos, tan solo logro oír cómo teclean mis dedos, y cuando paro de teclear, puedo oír el trasfondo de la escena, formado por un sórdido ruido de ventilador, algún coche pasando por la calle, o alguna señorita borracha perdida que profiere gritos incomprensibles, y muy de vez en cuando, el crepitar de las velas encendidas. Si me concentro un poco, puedo oírme latir, pero no puedo entretenerme con éstas tonterías. Y si me concentro un poco más, me puedo oír pensar, y oigo tu voz en algunos de mis recuerdos, y me recuerdas a aquella historia sobre tres enanitos que. . . Así que ésos son los únicos sonidos que actúan en la escena más solitaria de esta obra teatral que es mi vida, escrita por mí, dirigida por mí, protagonizada por mí, y para un único espectador que soy yo. Pero antes de ponerme a divagar sobre la soledad, pasaré a explicar los detalles olfativos de la situación, ésos que se perciben a través del olfato.

Los olores que percibo son diversos y sutiles, me cuesta distinguirlos, pero lo intentaré. Se respira un tenue olor a cera quemada, mezclado con el característico olor propio, olor a hogar, a seguridad, a cama. Se respira un leve olor a comodidad. Pero a veces me interrumpe tu olor. Ese olor a fresco, olor a tarde de invierno, olor a suavidad, a ti. Sí, no se de donde sale, pero a veces me acuerdo de ti, y recuerdo tu aroma, y dado que los olores son los mayores evocadores de recuerdos, no paro de recordar tantísimos momentos, y escenas de esa época en la que. . . Es como un bucle, te recuerdo y te huelo, te huelo y te recuerdo. A veces no sé cómo diablos consigo salir de ése extraño trance. Por ello, asocio tu aroma a mi soledad, y cada vez que te percibo por semejante feo órgano, noto el frío de la tarde de invierno, colándose por las ventanas de mi corazón, trayendo consigo ése sentimiento: Solo, completamente solo. Mierda, estoy volviendo de nuevo al tema, propongo que pasemos a los aspectos tangibles de ésta mi escena. A los detalles que se perciben por medio del tacto.

Busque por donde busque algo que explicar sobre lo que siento en mi piel, sólo acabo encontrándome que molestias, sólo noto molestias: la molestia de mis codos clavándose en mis piernas, la molestia de mi espalda encorvada, de mis hombros cargados, de mis pies fríos (Demasiado fríos, pienso yo), mis manos entumecidas del tecleo-tecleo, picores en rodillas y cabeza, y nariz, y cintura, y... Bueno... Ya sabes. Aunque si de nuevo me concentro puedo volver a sentir dentro de mí el latido, el pulso, aburrido, cansado, monótono. En éstos momentos un escalofrío me eriza la piel, y me recuerda a aquellos masajes tan agradables que. . . Lo que yo decía, no más que molestias. Pero basta, vayamos a lo que realmente importa (Expresión un tanto irónica, por cierto). Pasaré a describir los últimos detalles de la situación, los detalles gustativos, esos que se perciben mediante el gusto, con la lengua, ése instrumento tan útil.

En mi boca se percibe un extraño sabor a sequedad provocada por continuas dosis de tabaco, mezclado con un intenso sabor a besos nunca dados, a engaño, a mentiras. Sabor a lengua no compartida, sabor a soledad, amarga, dulce, salada, qué más da ya. En mi lengua percibo el sabor de mi propia saliva, y a veces, si me concentro mucho, todavía llego incluso a sentir el sabor de tus labios, tan salados. Pensar que me comí todos esos besos, que los devoré constantemente hambriento, y que se volvieron como una droga que me incitaba a pedirte más y más hasta el punto en que. . . Mejor dejemos los recuerdos a parte, y demos por concluida esta explicación, pues son como las dos y media de la madrugada, y el espejo torcido no para de molestarme, allí, inalcanzable, arrogante, enfadado. Ya he descrito la situación desde cada uno de mis cinco sentidos, lo demás será explicado en su debido momento.

Así que aquí termina ésta crónica, que me temo que se repetirá una y otra vez a lo largo de largas semanas, porque lo sé, y porque lleva pasando ya mucho tiempo, noche tras noche.

Insomnio, ya volviste, te estaba esperando.

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