"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

Irene y Pablo


Pablo es un chico sencillo. Le gusta pasear, mirar a la gente, seguir los caminitos de las hormigas, intentar descubrir qué pone en las pintadas que se encuentra en puertas y paredes. Le gusta percibir el olor de las personas con las que se cruza, le gusta el tacto de la piel de una naranja por dentro, le gusta palpar la superficie del agua, disfruta engañando a su cerebro al mirar de cerca una rejilla, o una mosquitera. Le gusta el sonido del viento, el sabor del agua, el tacto del cristal... Le gusta Irene.
Irene es una chica sensible. Le disgusta el sonido de los coches, el olor a gasolina, los gritos, el césped sin cortar. Le disgusta que se caigan las hojas de los árboles en otoño, le disgusta el frío, el tacto de la lana en su cuello, tener hipo, el color rosa. Odia esperar en los pasos de cebra. Le disgusta el ladrido de los perros, los "abrefáciles" de los tetrabricks de leche, los abrelatas, las cucharillas demasiado pequeñas, la música demasiado alta, la ropa ajustada... Pero en el fondo, muy en el fondo, no le disgusta Pablo.
Hoy Pablo está sentado un banco, en la calle, desde donde puede ver el piso de Irene. Salió con ella durante un tiempo, pero algo pasó, algo falló, algo destruyó su amor. Hoy Pablo quiere todavía mucho a Irene. Hoy Pablo ve caer un trozo de papel arrugado por la ventana del piso de Irene, deja caer una lágrima y se va caminando, lento, por si acaso oye: "¡Espera, Pablo, no te vayas!".
Ojalá.

Hoy Irene llega de trabajar, abre el portal de su piso, y se sube en el ascensor. Hace semanas que no sonríe, estúpido Pablo... ¿Qué pasó?, ¿Qué falló?, ¿Qué destruyó su amor?. Hoy Irene se encuentra una hoja de cuaderno arrancada, sobre el felpudo de su puerta, en el que hay escritas frases sueltas: "Quiero tenerte otra vez conmigo", "Te echo de menos", "Cuatro meses", "Irene y Pablo, siempre, ¿Te acuerdas?", "Te necesito...", "Aquella vez, viendo atardecer...". Hoy Irene no puede leer más, se frota los ojos, obligando a sus lágrimas a derramarse hacia dentro, arruga el papel convirtiéndolo en una bola, y lo lanza por la primera ventana que encuentra.
Hoy Irene espera tras su puerta, y cada dos minutos mira por el ojal, por si acaso Pablo regresa.
Ojalá.


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