Para Ángela, ella sabe por qué.
Es triste tener que conformarse con el calor de los recuerdos, con el sentimiento que estuvo pero ya no está. Triste como la escena en la que un niño atesora la fotografía de su madre muerta, y duerme abrazado a ese pedazo arrugado y viejo de papel impreso en tonos sepia, en el que la sonrisa de su madre aún le susurra al corazón palabras de esperanza: "Todo saldrá bien, hijo mío, todo saldrá bien..."
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