"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

Tres palabras

-Hola... -Me susurró con esfuerzo, tumbada en esa camilla de hospital, en la que llevaba ya más de una semana, enchufada a un montón de ruidosos aparatos que aun la mantenían viva. Esa fue la primera palabra.

Ya nada podía hacerse, mis peleas con los médicos no habían servido para nada más que para jugarme el darle o no mi ultimo beso, me dijeron que la despertarían, para que pudiese despedirme de ella. Al principio dudé, no quería ser su verdugo, no aquél que le dijese adiós, porque no quería decirle adiós. Pero ya ni mi mente ni mi corazón saben lo que quieren, y poco después acepté esa ultima oferta, eso sobre lo que ahora estoy escribiendo.

Recuerdo que sonreía, lo recuerdo muy bien, siempre sonríe cuando se despierta a mi lado. Aún estando impedida, reunió fuerzas para dedicarme esa sonrisa, con la que pretendía decirme: "Todo va de maravilla...", como cada mañana. Recuerdo que sonreía, y me miraba, con la mirada de aquel que reconoce y acepta su destino, con la mirada de una mujer que sabe, que esa va a ser la última mirada, la que se choca con los ojos de aquel a quien ama.

Recuerdo que no pude evitar llorar. Ni haciendo acopio de mis más desconocidas y primitivas fuerzas conseguí frenar ese torrente de lágrimas en las que se me iba la fuerza, en las que se me iba el alma. Recuerdo que pensé: "No desperdicies éste momento llorando", y recuerdo que eso me hundió aún más en la tristeza. Recuerdo que recordé, que no iba a poder mantenerse consciente durante mucho tiempo, que debía decirle algo antes de que volviese a caer en coma.

Recuerdo... que quise hacer de ése momento, el momento más bonito, quería regalarle un último sentimiento, algo precioso, algo significativo. Debía decirle algo increíble, algo que jamás haya logrado decir ni el más inspirado de los poetas, algo único, que no fuese capaz de decirle a nadie más en el mundo. Recuerdo que no encontré esas palabras, y que en un último momento de lucidez, pude susurrarle, con una sinceridad de la que nunca antes había sido consciente, la segunda y la tercera palabra, que noté desgastadas de tanto usar.

-Te quiero...

Y sin pensar, o mejor dicho, sin querer pensar, la besé, y tomé esa misma carrerilla para apagar todos y cada uno de esos ruidosos aparatos. Por fín oí el silencio, sólamente roto por el sonido de las lágrimas aplastándose contra los baldosines blancos.

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