"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

04 mayo 2010

Cada día, un Domingo 14 de febrero

Sin duda el momento más triste del día es cuando me despierto. Me duele casi físicamente, el esperar ver una nuca, una espalda, una cara dormida, un pecho, y en su lugar encontrar nada. Absolutamente nada. No se por qué sigo durmiendo en la misma postura que usaba cuando dormía contigo, como si aún lo hiciese. Parece que mi propio subconsciente pide a gritos estar contigo, y parece que se queja al darse cuenta de que no estás...

Es tal el vacío en ese momento, que siento que no merece la pena tan siquiera levantarse. Pero aún así lo hago, como hago tantas otras cosas que ya casi pierden el sentido, como tocar esas canciones que compuse para ti, sin que nadie las escuche, yo solo.

Masoquismo puro y duro; dejo que se me clave cada nota, que rezume sangre de cada herida, me descoso, me araño la piel del mismo modo que araño las cuerdas, intentando separar de mí este sentimiento, desprenderme de él, como quien intenta desprenderse de sus cabellos. Durante horas, observando la pantalla del móvil esperando una llamada, un mensaje, algo. Nada. Lloro por dentro, y me noto húmedo y pesado, empapado en melancolía, al son de una música digna de la mejor carta de suicidio.

Por unos segundos me río, de la puta ironía. Me hace tanta gracia ésta situación a veces... En ocasiones mi cerebro cambia automáticamente el modo, y se vuelve loco, rasgando las cuerdas violentamente, intentando buscar una alegre melodía de esas que hacen bailar a los niños. Largos minutos riéndome solo, tocando, yo solo, y riendo. Solo. Esa escena es aún más trágica.

Para colmo vivo rodeado de pedazos de ti, que constantemente me recuerdan lo que perdí, se ríen entre ellos y me torturan poniéndose en medio siempre, como un Mi. Porque lance mi mirada hacia donde la lance, tú estás ahí. Oh, créeme, vivo tanto entre tus recuerdos que cuando te veo de verdad, apenas me doy cuenta. Y la guitarra suena y suena, ya mi mano se mueve sola.

Cuando me canso de tocar... pues nada, llega la hora de deshumanizarse un rato, y protagonizar agobiantes escenas de autodestrucción, repletas de arcadas, toses, humo, alcohol, llantos, y escalofríos. Y palabras inconclusas. Y odio, un poco de odio. Por éso cuando deja de sonar la música, estoy totalmente convencido de que ésa noche no voy a cenar.

_______________________________

No hay comentarios:

Publicar un comentario