"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

20 agosto 2010

De pies a rastras

Ahí va, perseguida por su andar seguro y decidido, como caminan los gatos por las cornisas. De cada huella que deja veo salir un humo oscuro que me resta por cada segundo un trozo más de sus piernas, así que, para no perderla tan pronto, imagino que además de su andar único, y un profundo cabreo que el viento intenta erosionar, también la persigue una línea. Y sí, imagino tras ella una línea, desde mi balcón, desde ahí arriba, desde lejos, y ella no sabe que estoy sufriendo cada metro de distancia que aumenta inevitablemente, no sabe que la observo con las ganas de bajar corriendo en un puño, y no sabe que cualquier excusa me valdrá para llamarla.

Quiero seguirla yo también, a pesar de lo que le debe costar llevar a rastras todas ésas importancias exageradas, y todos esos enfados inconsolables, pero me detengo, pues no verá al niño que sorbe mocos con lágrimas en una mueca de no te vayas, con un cuaderno recién empezado en la mano izquierda, y los tendones del cuello en tensión de rabia e impotencia, ella verá al payaso que destrozó su fin de semana laboral con una patética frase, y que ahora intenta remendar el error en cuestión de segundos caminando a su lado de pies a rastras, como si fuese tan fácil, y ya sé, no es fácil, pero cuando se trata de ella, merece la pena intentarlo, no una, ni dos, sino todas las veces que hagan falta.

Por eso, tras la pausa ética de un duelo interno, bajo al portal de mi casa con sólo las llaves en el bolsillo, un poco de dinero suelto, y la camiseta usada del día anterior, la que me dice que aún se acuerda de ti, que no te ha olvidado, y ya sabes que las camisetas tienen muy mala memoria. Ahí me encontré la línea, y la seguí, como quien sigue el rastro de migas de pan, o de tarta oreo, ésos pequeños pedazos de sabor que no tuvieron la suerte de ir a parar a tu boca.

Entonces giré la esquina, y de nuevo la realidad martilleó mi conciencia cual muro invisible, sin dejarme avanzar, la avalancha de tristeza se me derrumbó por dentro al descubrir, que ni puta la gracia, a partir de ahí, no sabía hacia dónde iba ésa línea. Ya no había línea. Así que volví, de pies a rastras.

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