"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

15 julio 2010

Niño Adrián y el egoísmo infundado

Niño Adrián
sin ser niño,
y sin ser Adrián,
un día se sintió triste, sin más, para su asombro,
y se dio cuenta de que en el fondo
ya no le apetecía jugar, a ver, Niño Adrián, cálmate,
respira hondo,
coge tu juguete, tu pelota, o tómate un café,
con medio esfuerzo generó una media sonrisa,
y el día terminó, como terminan los días,
con suspiros de vientos lanzados ayer.

Niño Adrián,
sin ser niño,
al día siguiente se sintió triste de nuevo,
y puede,
no digo que sí, pero puede,
que pensase palabras de filo de anhelo,
y dijese: "Dios mío, esto no puedo,
en fin, podría, pero no quiero
olvidarlo,
ni dejarlo en la cuneta de la carretera de los sentimientos."

Niña Lucía,
sin ser niña,
y sin ser Lucía,
tropezó sin querer en un verano,
y cayó sin remedio en la empatía,
leyó por casualidad las palabras cursivas,
de Niño Adrián de puño y mano,
porque de letras no andaba la cosa fina,
y sintiéndose complacida,
se juró que no en vano,
Niño Adrián escribiría
y ella, niña Lucía,
sin ser niña,
y sin ser Lucía,
leería cada día
esas pequeñas dosis de melancolía,
para sentir, que no estando del todo viva,
podría haber sido la protagonista de cada tilde, y de cada rima.

Niño Adrián no aceptaba,
es más, rechazaba
la idea de mutilar su alma
por estertores del alba,
que apenas respeto rinden a los hombros sobre los que cabalgan,
ni a las plumas con las que vuelan,
que la tristeza no es un juego, decía Niño Adrián,
ni quiero ser su esclavo cada día.

Entonces Niña Lucía,
sin ser niña,
robo un beso a Niño Adrián,
y con eso
se proclamó musa y diosa
de sueños espesos
de noches, y el niño,
que sin ser niño fue su preso,
se enamoró sin remedio de esos labios en prosa,
esos ojos en verso,
y desde entonces Niña Lucía,
sin ser niña, y sin ni siquiera quererle del todo
le abrió heridas a propósito
de las que emanaron sangre, poesía y lodo,
y Niño Adrián con su eterna agonía,
y Niña Lucía revolcándose en consecuencias,
manchándose de mentiras, con las manos sucias,
pero eso sí, ella leía,
y creyó, mal, pero creyó,
que merecía la pena hacer daño al niño,
si con eso lograba mantener su puño firme sobre el folio,
y sus dedos aferrados al bolígrafo.

Y Niño Adrián lloraba, y Niña Lucía reía,
y ambos, sin ser niños, morían arropados por su espera,
morían, porque cada uno muere
a su manera.

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