"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

10 junio 2010

Los tequieros perdidos

El primer tequiero fué a morir a algún lugar del sureste de Salamanca, entre jardines y atardeceres, murió en mi garganta, y créeme que ése sabor no se olvida. No llegué a pronunciarlo pero estuvo ahí, y creo que aunque lo niegue, llegó a sentirlo. Ahí, en la cumbre de las confesiones, nido de cuadernos amarillos, y de libretas rojas, empapados en otoño, y en primeros abrazos, fueron a morir las palabras que nunca dije, y ésa noche, en otro lugar, le pusimos nombre a una estrella.

El segundo tequiero se lo regalé sobre mi cama, navegando sobre olas de sentimientos que mecieron mi barca, me distrajeron, y desde entonces amo el mar. Nunca lo había dicho tan en serio, y nunca antes había sido ignorado de ésa manera. Ella estaba dormida, para mi sorpresa. Siempre me dice que tengo un efecto somnífero sobre ella, y también me dice que sólo es capaz de dormir si se siente cómoda, relacionen. Rebotó varias veces contra las paredes de la habitación que habité allá por Septiembre, y se fundió con el silencio, y poco después, ella cayó de la cama, sirviendo eso de recordatorio de que nos esperaba una larga noche de fiesta.

He probado a decírselo de mil maneras para que cada día me aceptase de una forma distinta, ahogando recuerdos en bares, entre susurros, con la mirada, paseos, caricias, y guiños. He recorrido mil senderos antes y aún así en el suyo me pierdo, y sé que me debe presencias y yo le debo disculpas, que debería tocar más su canción y dejar de soñar con tiempos mejores. La he perseguido por espirales de escalones, para poder besarla en cualquier rellano, y también la he llamado idiota tantas veces que un día terminará por creérselo, y yo me río, me río porque su risa es de ésas que vuelan surcando bocas, y mostrando dientes.

Iba impreso entre las líneas de la primera carta que le escribí, el tercer tequiero, quise que fuese único y hasta yo me deshice de ése texto, para no volver a verlo y cambiarlo, para que la magia durase para siempre. Qué torpe, ella no leyó el tequiero, aunque leyó la carta, y dos minutos más tarde sostuve su llanto contra mi hombro, y sonreí. Quizá tuve yo la culpa y lo cubrí demasiado de tinta, tornándolo discreto, pasando desapercibido. Me rompí tres cuerdas ése día, tras un nuevo intento fallido.

El cuarto tequiero se lo dí mezclado con saliva, bajo el marco de la puerta. No fue premeditado, lo juro, sólo me dejé llevar por el impulso, me dejé llevar por ella, y ella se me llevó. Se apartó de mí sorprendida, y entendí que no había encontrado el tequiero, sólo veía un beso. A qué viene tanta sorpresa, me pregunté, si en el fondo no es la primera vez que lo hago, y tampoco será la última. A falta de reacción, me dio un consejo, y desapareció tras un adiós.

Y mira que hemos tenido tiempo, par de diablos. Que he perdido la cuenta de los besos que regalé a tu cuello, y sin embargo sé perfectamente el título del primer recuerdo en el que apareciste. Tú que has sido testigo de mis sueños, y el mayor obstáculo para las pesadillas. Tú, de quien he estudiado todas las siluetas desde todos los ángulos, que me se de memoria tus pliegues y tus cosquillas. No me preguntes por qué te acaricio tanto, tesoro, creo que es algo evidente.

Uno más le regalé en su habitación, un domingo por la noche, mientras eramos perseguidos por nuestras vidas, y nuestras carreras nos alejaban las metas, y las recompensas, y aún tras haber pactado no desearnos, aún tras borrarnos por enésima vez de nuestros objetivos, aún habiéndome abierto los ojos y cerrado su corazón, lancé esa piedra contra su ventana, el quinto tequiero, cuya respuesta no fue más que un suspiro ahogado en pena.

Un último tequiero gestado en nostalgia, forjado en corazones dibujados por dedos desesperados en el espejo empañado del baño, sin fuerzas, sin búsqueda, como un último estertor, fue lo que le regalé en nuestra última noche, desnudos y arropados por nuestros brazos, nuestras piernas, formando un nudo humano imposible de desatar. "Y me lo dices ahora", respondiste. "Ya te lo había dicho antes, es sólo... que no me escuchaste."

_____


Ahora, sentados en el mismo lugar pero en distintos momentos, observando cómo las vidas se van en los coches, y cómo las nubes nos riegan de sombra, yo te digo:

-Te quiero...

El viento sopla anunciando la proximidad de la noche. Silencio.

-¿Y bien? ¿Lo has sentido? -Pregunté. Tú agachaste la mirada exhalaste tristezas y dijiste:
-No.

2 comentarios: