"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

03 septiembre 2010

Los hipocondríacos también enferman

De pequeño pensaba que los hipocondríacos debían de pasarlo fatal, ya saben, debe de ser horrible pensar en todo momento que padeces de una grave enfermedad, que estás muriendo inevitablemente de algo que no sabes con certeza qué es, y que todo el mundo ignore tus gritos de auxilio, incluso tu familia y tus médicos. Creía que quienes padeciesen ésa clase de locura vivían en un auténtico infierno en la tierra, y me autoconvencía de que yo no iba a ser así, nunca me dejaría vencer por tal pánico. Cuando era pequeño me alejaba de ese fenómeno como algo ajeno y extraño, que no entendía cómo podía tener lugar. No me creía que algo así existiese, cuando era pequeño.

Hoy es el trigésimo tercer día consecutivo que despierto con un molesto dolor de cabeza y lo primero que hago al levantarme es ir al cuarto de baño, mirarme al espejo y agitar la cabeza para afirmar el dolor, para notarlo como real y no conformarme con las leves punzadas que incluso podrían ser imaginarias, para poder decir: "Sigue ahí.", con total seguridad. Llevo como un mes decepcionándome a mí mismo en ésta situación, despertándome con la ilusión de creer que ha desaparecido y sin embargo sigue ahí. Tras ésto, no tardo en llevarme los dedos al cuello, para palparme los ganglios que noto inflamados desde hace unos días, para de nuevo, confirmar que siguen hinchados, y me duelen, sobre todo el de detrás de la oreja izquierda, el de delante de la oreja derecha, el del lado derecho de la garganta, y uno en el costado izquierdo, dos costillas por debajo del pezón. Vuelvo a mirarme al espejo y me llamo idiota varias veces en silencio, me digo a mi mismo que no me pasa nada, falseo unas cuantas sonrisas y sin más preámbulos me introduzco en la ducha. 

Mientras noto el agua caliente resbalar por mi cuerpo, no puedo dejar de pensar en ésas dos sensaciones que en este momento me atosigan. 

Primero el dolor en la cabeza, ataca desde cualquier lado. Me preguntan en qué parte de la cabeza me duele, y yo no sé qué responder, pues cuando creo notarlas en la nuca, me doy cuenta de que en realidad me duele más por los lados, y cuando me llevo las manos ahí, el dolor pasa a la frente, para después viajar hacia arriba. A veces es como si tuviese una piedra en el cráneo, que golpease aquí y allá con cada movimiento. Otras es como si un par de brocas taladrasen mis sienes. Otras es como si se me durmiese el cuero cabelludo. Otras como si acabasen de darme un puñetazo en la nariz. Intento resistir las ganas de masajearme la coronilla, de darme golpes con los nudillos, de clavarme los dedos en los ojos, pero a veces  esas ganas pueden conmigo, y más de una vez me han mirado de forma extraña al ver que me autoflagelo con golpes y torcimientos de cuello, si tan sólo me entendiesen.

Segundo la presión el cuello, no visiblemente hinchado, pero la sensación es como de asfixia, como si tuviese una mano enorme apretándome el cuello de forma leve, dejándome respirar, pero igualmente presionando, e igualmente molesto. A veces creo que desaparece, pero en el momento que menos me lo espero, ésa mano de gigante vuelve a intentar ahorcarme con su débil pero incesante fuerza. Y tampoco puedo resistir el toquetearme la garganta, simplemente no puedo, es superior a mí. Odio esta sensación, de verdad la odio.

Termino de ducharme, y me arropo con la toalla. Estoy secándome las piernas cuando regresan a mí los pensamientos nocturnos, ésos que por la mañana parecen estúpidos, pero que por la noche son más sugestivos que la mejor novela de terror. De noche el camino hacia el sueño lo hago completamente alerta, cualquier punzada o tirón muscular genera una reacción mental que me invita a escoger entre una serie de macabras hipótesis creadas previamente por mí y mi autopremiada capacidad deductiva. Cada sensación negativa genera un sentimiento aún más negativo: miedo, confusión, dolor imaginario, y un largo etcétera. Es el peor de los bucles en el que se pueda entrar. Tras unas horas de sufrimiento sordo, el sueño acaba por vencerme, pero incluso dentro de mi subconsciente la paranoia hace presencia, regalándome sueños que parecen durar días (sí, he tenido un sueño en el que iba andando desde Salamanca hasta mi pueblo, en Cáceres, y otro en el que hacía un viaje a china, y recuerdo cada instante dentro de ellos), y con una nitidez que nunca antes había experimentado. 

Despertar se ha convertido en lo más valiente que hago a lo largo del día, y de lo que más me enorgullezco. Digo ésto porque últimamente actúo como un cobarde, dejándome llevar por el pánico. Anoche mismo me planté en la consulta de urgencias acompañado de nadie, sólo para confirmar que no me estaba inventando todas éstas sensaciones. Ahora lo pienso y la verdad es que fui un estúpido presentándome allí sin decirle nada a mi familia, pero claro, ellos tarde o temprano se enteraron, porque es lo que pasa en los pueblos, que no existe la intimidad, es un concepto nulo. Los dos pensamientos que me impulsaron a cometer tal acto de pánico fueron:

-Necesito una opinión objetiva y una exploración medica.
-Ahora mismo no tendrán nada mejor que hacer.

Incentivado por éstas dos ideas, las cuales había revisado desde todos los nodos y ángulos posibles, llevé a cabo la acción más paranoica en los últimos meses.

Me pongo la ropa, a la par que mi padre me lanza su decepción a la cara, medio riñéndome medio no, sobre lo que hice ayer por la noche. Yo intento ignorar todas esas palabras pues ya me las esperaba, y cuando alguien se espera el golpe, la verdad es que no duele tanto, es más, resulta indiferente. Intento recordar cómo empezó todo ésto, la historia completa, intento determinar cuándo empecé a entrar en éste bucle, mientras los gritos de mi progenitor se tropiezan con mis pensamientos:

31 de Julio. Rompo mis gafas sin querer, pisándolas.
2 de Agosto. Comienza a dolerme la cabeza, probablemente por el esfuerzo ocular.
3 de Agosto. Me caigo al intentar levantarme de la silla, la pierna no me responde. Recobro su movilidad a los pocos minutos. Comienza el miedo.
4 de Agosto. No puedo dormir, me mareo, me duele la cabeza, noto el pulso lento e irregular.
6 de Agosto. Primera visita al médico, me recetan Nolotil tres veces al día, para el dolor de cabeza. 
9 de Agosto. Primer análisis de sangre. Nolotil no hace efecto. Comienzo a notar mucha presión en los senos nasales, y en la parte alta de la cabeza. Posiblemente sinusitis.
10 de Agosto. Recupero mis gafas. El dolor de cabeza disminuye, pero no desaparece.
13 de Agosto. Resultados de los análisis, todo está bien, salvo por el análisis de velocidad sanguínea, que hay que repetirlo porque no se pudo realizar la prueba correctamente. Los síntomas continúan.
16 de Agosto. Repetición del análisis. Fiebre.
17 de Agosto. Mejoría notable de todos los síntomas.
20 de Agosto. Resultado del análisis. No revela infección alguna, se descarta por tanto la sinusitis.
27 de Agosto. Regresa el dolor de cabeza, además de inflamación de los ganglios linfáticos.
31 de Agosto. Mareos. Pinchazos en el bazo.
2 de Septiembre. Anoche.

Hago repaso mental de todos los hecho sucedidos, y no alcanzo a determinar la gravedad del asunto. He tenido un miedo horrible a padecer trastornos tales como ictus al principio, tumor después, y cáncer más adelante. Mi familia me toma por un obseso y un loco, y la verdad es que nunca había sido así, no pretende ayudarme a mejorar físicamente, creen que me lo invento todo o algo así. Yo mismo he llegado a reconocer que es verdad, que puede que el 60% de todo esto sea psicosomático, que puede que es verdad que sea un poco hipocondríaco. En ocasiones estoy totalmente convencido de que no me ocurre nada, pero otras, al contrario, tengo todas las razones del mundo para tener el miedo que tengo. 

Mi padre deja de gritar por un momento, y me oigo pensar con claridad. Hay dos opciones posibles: 

Que no me pase nada en realidad, que sea hipocondríaco y se me pase todo con el tiempo y la voluntad suficientes, que se trate de cualquier enfermedad o infección leve y estúpida, y que mis padres tengan razón y el idiota sea yo, que discuta con ellos por creer que tengo algo grave mientras ellos creen que sólo tengo miedo y nervios.

O que de verdad pase algo, que le esté dando poca importancia, que debiera realizarme unos exámenes más profundos y específicos cuando lo que estoy haciendo es sentarme a esperar la curación divina, que se trate de algo grave y que yo tenga razón y los idiotas sean mis padres, que se empecinen en no ceder su postura y los síntomas empeoren hasta que surjan complicaciones importantes.

En cualquier caso, éstas dos opciones posibles no son algo que quiera dejar en manos del azar.

Me consuelo imaginando pequeñas escenas futuras, con amigos, con risas, con besos, intento situar mi imaginación unos meses por delante, cuando ya todo vaya a estar bien, cuando todo ésto ya haya pasado.

Pero ahora estoy sentado en mi cama, ensimismado con cualquier baldosa del suelo, y no sé, tengo miedo de lo que pueda llegar a pasar. Quizá sea la única persona en éste orgulloso mundo que es capaz de reconocer que le tiene un miedo horrible a la muerte, y aún más al sufrimiento. Y de pequeño, creí que nunca lo tendría.

Lo peor de todo es que aún siendo consciente del problema, soy incapaz de solucionarlo.

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