Estábamos en un gimnasio, o algo así, de suelo azul y columna en el medio, nos tenían encerrados, creo, y hacían coreografías. Ella y yo observábamos desde unas colchonetas, y otros se peleaban con espadas de madera.
Después no sé qué pasaba, pero ambos corríamos entre los escombros de un sueño color blanco, negro y turquesa, hacia un edificio, éramos ágiles entre las rocas, y esquivábamos al profesorado, teníamos que robar ropa.
Dentro del edificio, estaba el cesto grande de la ropa, toda la ropa blanca. Cogemos algo, no se si unas camisetas o unos calzoncillos y regresamos corriendo de nuevo por los escombros.
Ahora ella y yo estamos entre unos edificios color salmón. Y me habla de su madre, que trabaja en no sé dónde, viene a buscarla, y se la lleva en el primer tren que pasa. Recuerdo haberle dicho que desde que se fue, cada vez que monto en tren me muerdo los dedos, y se los enseñé, llenos de heridas.
Entonces me monté en el siguiente tren, que me llevó a una estación en las afueras de esa ciudad, donde daba mucho el sol, y me sentía perdido, no había nadie, ni dónde ir.
Más tarde me encontraba en la plaza mayor de Salamanca, vendiendo postales bajo la lluvia, a una anciana con su nieto. Y no recuerdo más.
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