capaz de coger sus rutinas y hacer con ellas sonrisas.
Me gustaría verla volar sobre todas las tristezas que la acechan, como el ángel que sé que es,
ver cómo vuelve a darle la vuelta al tablero para mostrar todas sus bazas,
y que de nuevo me deje elegir con cuál echarla infinitamente de menos.
Oír de nuevo su presencia para ver el calor de sus palabras,
que vuelva cada noche a calentar mi corazón desde su cama,
a escuchar las tonterías con las que creo animarla, a inventar teatros,
a callar silencios con los dedos,
a pretender desconocernos.
Finjo que existo bastante poco para no desbordarme en intentos,
porque sé que el orgullo es su escudo, y no lo rompe la fuerza,
sino el afecto,
finjo que no me rasco como un niño las ausencias
para no desencadenar un delirio,
para no desencadenar un delirio,
para que paso a paso pierda el miedo a mis lluvias,
y pueda yo bañarme en sus ríos.
Quizá cometo un fiero error al hacer malabares con sus inseguridades,
o puede que me esté ganando a fuerza de estupidez el destierro,
al jugar a ser un fragmento de su vida fuera del rompecabezas
cuando solo soy un ruido en un rincón de su espejo negro.
Sin embargo, aunque ni siquiera el tiempo esté a favor de esta insignificante cruzada,
voy a lanzarme de nuevo a la cama de sus rizos,
a dejarme atrapar por sus lejanos
labios que susurran vida en cada media luna que dibujan
y abandonarme a la estática búsqueda de su mirada
en un sueño que
por más que lo amarre
siento que se me escapa.
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