Tantas veces he tenido ante mí la puerta hacia todas las respuestas,
tantas,
cruzarla me convertiría en un cobarde, un obseso, un desconfiado,
quedarme, en un estúpido, un ignorante, inocente...
Lenta y dolorosa es la ruta hacia el desengaño, y la mayor parte del viaje se pasa sentado,
mientras ahí fuera todo el universo se afana por abandonarle a uno,
huyendo de las preguntas,
esquivando a toda costa las miradas,
fluyendo entre los dedos como agua que inevitablemente se irá por el desagüe...
En esos momentos, por pasivo que parezca, por mucho que duela,
sólo cabe esperar,
esperar que la semilla de la mentira devore por dentro al destino,
para que al bajar del tren por fin,
uno, sinceramente,
pueda sonreir llorando,
ante el temible rostro de la verdad.
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