"Soy un vampiro, y tras años y años de experiencia aprendí a soportar la luz del sol, los ajos, y las estacas en el corazón."

~Jack Red

30 septiembre 2017

Viaje al presente

No he tenido resacas peores que las de tu risa. Me resulta absolutamente desconcertante el gris que sobreviene al paraíso en slow motion que somos capaces de invocar con tan sólo un poco de sinceridad y un par de bromas, y aquí estamos de nuevo, horas atrás, en ese mismo instante en el que me dices aquello de que tengo una mirada que taladra, y te respondo disfrazando de leve sonrisa un beso a punto de explotar.

En mi cabeza ese momento en bucle, en el que paso mis dedos por tu piel en pequeñas pinceladas furtivas, mientras le damos otro sorbo al vino y te pongo cualquier excusa barata para soltar el fuelle y que el fuego siga ardiendo sin quemarlo todo a su paso.

Pongo en pausa ese preciso segundo en que el aroma de tu abrazo viene a arrojarme recuerdos a la cara, que luchan por brillar en las profundidades de mi memoria como esas malditas estrellas que sólo se pueden ver de reojo.

Hago un lento, muy lento, repaso visual por tus labios, como un escáner, intentando recrear su tacto por enésima vez, mientras los tengo tan cerca, invitándome a morirme en ellos, que nada me impide simplemente ir a buscarlos. Pero no lo hago, ni siquiera cuando cada célula de mi cuerpo extiende sus diminutos brazos hacia ellos. Y los mueves, y mientras los mueves, de tu boca salen unas palabras que hace años hubieran vuelto a unir todos los pedazos en los que se rompió el mundo, y que ahora, desde esta diminuta roca flotante a la deriva en la que por un ratito hemos querido coincidir, sólo forman parte de una tierna reflexión de la que nos reímos, porque quizá por primera vez, en fin, qué sé yo, pero quizá estamos empezando a creérnosla.

No sé dónde ni cuándo hemos aprendido a hacer esto, y mira que llevo un rato sentado en este sofá deconstruyéndote para jugar a entenderte. Mira que llevo tiempo dándole la vuelta a mi alma buscándole la etiqueta, pero no, no sé cuándo hemos aprendido a dejar de juzgarnos, mientras nos divertimos estableciendo juicios despiadados sobre lo que coño sea que esté trenzando nuestras mentes. Dónde hemos aprendido a dejar de ser exigentes y a desearnos de esta manera, mandando a la mierda esa frase que tanto nos gusta decir.

Pero no importa, dejo el tiempo correr entre tus dedos, mientras se te caen una tras otra las confesiones y yo las saboreo muy despacio, como una de esas canciones chill que nos gustan tanto. Lo hago sin prisa porque la prisa lo único que me pide es ir a comerte, y ambos sabemos dónde acabaría este castillo de naipes. Sabemos que la realidad extiende sus tentáculos más allá de este refugio de confianza y cariño que hemos descubierto y hecho nuestro, que inevitablemente habrá que salir de él y enfrentarse de nuevo a las cosas que de verdad importan. Irremediablemente, y por muy bien que se me dé cartografiar cada milésima de segundo, el tiempo tiene ya calculada nuestra despedida, y el cosmos ya nos ha preparado un asiento con otra perspectiva.

Por eso, después de toda esta efímera eternidad disfrutándote en el salón, ralentizo al máximo cada fotograma de tu cuerpo desapareciendo tras la puerta, y poco a poco jugar con la línea de tiempo ya no es tan divertido, desde el mismo segundo en que se oye el click de la cerradura, y los siguientes comienzan a sucederse al mismo ritmo cansino y gris de siempre...

Como ya dije, no he tenido resacas peores que las de tu risa.

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