he roto unas treinta epifanías con ayuda de una sola botella,
me he puesto una docena de seguridades diferentes,
y se me ha acabado el gas del mechero,
indudable presagio.
Ella baila sobre todas esas sensaciones que cree que la atosigan,
juega con ellas, que no a la inversa, lo veo en sus ojos,
cuando los veo.
Me cuenta sus inseguridades poco a poco,
a cada mucho,
y decide dejarme tantas veces al día como, en un silencio que ni ella advierte
me echa de menos.
Quiero pensarlo así y por eso escribo,
creo conocerla de sobra,
me sobran motivos,
para asegurarte que cuando veas sus dientes recibirás más cariño que venganza,
para asegurarte que su dulzura sólo puede provenir del mundo de los versos.
Y es que hay tanto fuego en sus besos
que con el minimo roce de sus labios se quemarían todas estas dudas,
hay tanta vida en sus ojos que mi corazón olvida el suicidio cuando me mira,
hay tal ternura en sus palabras,
que ni cuando quiere poner punto y final a esta historia,
puedo evitar sentirme complacido,
por el regalo que han sido sus besos,
sus ojos,
sus palabras,
su presencia.
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